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Reflexiones


Prepararse para el último día, Pbro. Víctor M. Fernández. 28/11/2010
El evangelio de hoy es una fuerte invitación a la vigilancia, es una exhortación a vivir intensamente, a no perder inútilmente el tiempo y las posibilidades de amar que nos brinda cada día. El ideal que se nos presenta aquí es el de dejar de sobrevivir, soportar las obligaciones y tratar de gozar algo a costa de lo que sea. Más que de sobrevivir como se pueda, se trata de vivir cada día a pleno, como si fuera el último, aun cuando tengamos que luchar. No es vivir en la superficialidad de un placer pasajero o de una costumbre, sino en la entrega libre y gozosa de nuestra vida en el servicio a Dios y a los demás. Es darle a cada día su peso y su valor. Porque esta vida no es un tiempo que hay que pasar como se pueda, luchando para evitar los problemas y buscando sólo satisfacer las necesidades primarias; esta vida es una gran oportunidad. Y ese es en realidad el sentido fundamental del texto de hoy, ya que no se detiene a dar descripciones catastróficas, no le interesa anunciar cómo será el fin del mundo. Sólo nos recuerda que verdaderamente este día puede ser el último, porque el fin llegará en la hora menos pensada, como en la época de Noé, cuando la gente vivía como si su vida nunca fuera a terminar. Y de hecho, este texto nos muestra que la voluntad de Dios es precisamente que no sepamos cuándo será el fin, para invitarnos así a estar atentos a cada día. ¡Cómo se simplificaría nuestra existencia, cómo nos preocuparíamos por las cosas realmente importantes, si viviéramos cada día como si fuera el último! Porque es una posibilidad real, este día puede ser el final de tu vida.

El mensaje de la liturgia: ¡Despierten! Todos estamos “tironeados” por intereses, preocupaciones, expectativas que nos absorben. Muchas son superficiales y “tontas”, pero otras se relacionan con la familia, el trabajo, los hijos, el porvenir y otros valores muy legítimos que no podemos dejar de lado... ¿Quien no siente el peso de la lucha, el cansancio del camino? Muchos se agotan, pierden las esperanzas. El Adviento es, en el año litúrgico, el Tiempo de la esperanza. El Señor viene. El Señor está cerca. Jesús se hace “uno de nosotros”. Ya no luchamos solos. Por eso, el salmo (sal 121, 1-2. 4-9) es un himno de alegría del peregrino que va al encuentro del Señor: Vamos con alegría a la casa del Señor. Esta alegre esperanza no es “mágica”: Hay que buscarla y conquistarla. Por eso San Pablo (Rom, 13, 11-14) exhorta: ...ya es hora de que despierten..., revístanse de Jesucristo. Se busca y se conquista la esperanza acudiendo al encuentro de Cristo, que viene a nosotros. ¡Despertemos, llega Cristo! ¡ven, Señor!

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