Durante 10 años, todos los
días 25 de cada mes en San Nicolás, se
convoco a un grupo voluntario de Misioneros de diversos lugares del país,
felizmente, por iniciativa de los propios laicos presentes en las reuniones,
fueron grabadas las charlas que se dieron. Hoy contamos con esta catequesis que
nos disponemos a ofrecer aquí a modo de entregas semanales para todos,
peregrinos en general y misioneros en particular.
El
Don de la Santidad
Así habló Jesús, y alzando
los ojos al cielo dijo: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para
que tus hijos te glorifiquen a Ti. Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me
has dado para que sean uno como nosotros. Santifícalos en la verdad: tu Palabra
es verdad. Como Tú me has enviado al mundo, Yo también los he enviado al mundo.
Y por ellos me santifico a mi mismo, para que ellos también sean santificados
en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio
de su palabra, creerán en Mí,para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y
Yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros”. (Juan, C.17; 1,11 al 21)
El bautizado debe
exteriorizar el signo interior, que nace de la Fe y que se manifiesta en el Amor. La santidad es
amar a Dios y a los demás. Es amarlo y sentirnos amados por Él. En el camino de
la Santidad ,
aprendemos a renunciar a nosotros mismos, a nuestro desorden interior para que
nuestra vida, desde el amor, se ordene según Dios. El amor se hace presente no
en las grandes, sino en las pequeñas cosas de cada día, es allí donde Dios nos
pide que le mostremos que lo amamos. Siempre nos llama a vivir una experiencia
de encuentro con Él, de un encuentro que debe ser, cada vez, más pleno , más
profundo, más lleno de lo absoluto, más despojado de lo secundario y relativo.
Él quiere dar esta Gracia del encuentro, pero muchas veces halla, en nosotros,
las dificultades propias de la condición humana. Es infinitamente Paciente y
Misericordioso, por eso nos perdona y nos exhorta al cambio, a tomarnos en
serio la misión que tenemos. Pablo de Tarso era un judío sincero, pero
equivocado; perseguía a los cristianos y allí, fue iluminado. En la oscuridad
de esa ceguera provocada por Dios, fue llamado y recobrado para la misión.
Hay momentos, en los
cuales Dios interviene, para decirnos con una sola palabra o un solo gesto,
cómo renovar el modo de asumir nuestra vocación cristiana. El Apóstol Pedro
dijo a Jesús, durante la Pasión :
“ Aunque tenga que morir contigo, no te negaré ” ( Mt. 26;35). Enseguida, lo
negó tres veces y al tomar conciencia de lo que hizo, lloró amargamente. Fue
necesaria la humillación de Pedro, para llegar a la humildad. Éste es el camino
desde el cual el Señor hace nacer el hombre nuevo. Es difícil llegar a la
humildad, sin pasar por la humillación. La humildad es un don que tenemos que
pedir y luego, practicar. Pedro lloró amargamente, la humana derrota de haber
negado al Señor, pero Él lo glorificó
por haber creído. Nunca se deja vencer ante una derrota nuestra, es el hombre
el que se deja derrotar. Tenemos que tener cuidado, ya que el demonio atenta
contra la estabilidad de nuestra vocación, produciendo el desaliento, el desgaste
para acobardarnos. Quiere hacernos ver
como imposible aquello, que puede ser resuelto en manos de Dios.
Zaqueo encontró a Jesús, y
lo hospedó en su casa. No fue un simple encuentro, ya que cambió su vida para
siempre: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres, a los que robé les daré
cuatro veces más”. ( Lc.19,9 ). El suyo fue un encuentro de conversión y hoy,
el Señor nos invita a lo mismo. Tenemos que contemplarlo en la Cruz , para vivirlo en la Eucaristía ;
experimentarlo en la oración, donde Él se hace diálogo con nosotros. En esa
intimidad, descubriremos que Él es nuestro amigo. La santidad es vivir una
experiencia de amistad con Jesús, en el corazón del Padre.
Cuando Jesús le promete a
Pedro que será la roca, en la cual edificará su Iglesia, él le responde:
“Aléjate de mí, Señor, que soy un
pecador…” (Lc.5, 8). Expresa la humildad del reconocimiento, la que no lo hace
sentir desanimado por lo que es. El niño pequeño acude a su padre y a su madre,
porque se siente protegido y querido. Los santos gozan en las humillaciones,
porque se sienten capacitados por Jesús para superarlas y se abandonan en las
manos del Padre.
Una humilde aceptación de
Dios es la consecuencia de aceptarnos a nosotros mismos con nuestra pobreza y
nos invita a vivir llenos de confianza, como el Hijo pródigo. Cuando este hijo
regresa más que en su pecado, piensa en su padre, que lo espera y abraza.
Cuando el amor es real, es fuerte y recíproco. El que perdona, ama aún más, a
quien vuelve a él, con arrepentimiento. Este es el gran misterio del Evangelio,
la Misericordia.
El encuentro con Dios nos
lleva a un reconocimiento de la grandeza del Señor, a un deseo sincero de estar
con Jesús, que debe traslucirse en una vida distinta, nueva, renovada, que
tiene como objetivo al prójimo. En una decisiva entrega apostólica, los
Apóstoles salieron al encuentro con Jesús, por la fuerza del Espíritu Santo.
Éste los impulso a entregarse a una acción misionera.
El llamado a la santidad
exige tener preferencia por los que más
nos necesitan. Cuando se produce nuestro encuentro con Dios , espontáneamente
tenemos que pensar a quién servir en Su Nombre. Jesús, en el Sagrario, nos
invita a que veamos en cada necesidad del prójimo, un posible acto de amor.
Dios nos ofrece su amor, pero no lo impone, porque es humilde. Nos golpea a la puerta para
ofrecernos su infinita riqueza, pero siempre siendo respetuoso de nuestra
libertad. Si somos humildes, lo entenderemos enseguida. Él es como un niño,
infinitamente grande y a la vez, infinitamente pequeño, por eso sólo los que
son como niños, lo comprenden y entienden sus caminos.
Hay que mirar a Jesús en
el misterio de Belén y en el de la Cruz. Todo lo que la imaginación nos ayude
tenemos que ponerlo al servicio de la contemplación de Jesús, que dio su Vida
por nosotros. Tenemos que descubrirlo y
encontrar la Gracia
que Él nos quiere dar a través de su Espíritu. Y así mismo, descubrir nuestra
pequeñez y miseria frente a la bondad de Dios. Es aquí donde la Virgen tiene un papel
fundamental; es Ella la que nos va llevando al Señor y nos ofrece la
experiencia de su propio encuentro con Él, con una sola pregunta que realiza, “
¿Cómo será esto?” ( Lc.1,34). No entiende la respuesta, pero se abandona en
Dios, sólo quiere vivir el Sí.
Es fundamental que nos
llenemos de Dios y que vivamos hondamente nuestro espíritu de oración, de
sinceridad interior. A la
Virgen le importa saber que Dios tiene todo resuelto, su acto
de Fe implica creer que Dios tiene respuestas, que Ella no conoce.
Finalmente, si nos
convertimos y nos despegamos de las cosas, viviremos llenos de Gracia y la
unión con Dios será más plena. De ahí, la importancia de las actitudes
penitenciales, que implican dejar aquello que puede ser nocivo para el alma y
nos ayudan a desprendernos de nosotros mismos, para ponernos al servicio del
prójimo. Hagamos, entonces, el esfuerzo de introducirnos en este llamado de
Jesús y vivirlo con humildad, confianza, abandono y oración , para que el
encuentro con Dios sea definitivo, como el de Pablo, como el de Pedro y el de
todos los santos. Así, llenos de Él y despojados de nosotros mismos, estaremos
en condiciones de dar la vida por aquellos, que el Señor ha puesto en nuestro
camino.
Mensaje 380
Bendito el que elige estar
con Dios, que ansía su Presencia y su Amor. Agradar al Señor es lo que os debe
interesar, por sobre todas las cosas y mantenerse fiel a Su Palabra. El Señor
premia a sus hijos. Gloria al Altísimo. Leed: Hechos C.2,V.26-27-28
Mensaje 332
Así como una flor bebe el
agua para poder vivir, así vosotros debéis beber las Palabras del Señor. No
creo que un buen cristiano pueda abstraerse a su llamado, no creo tampoco que
alguien no quiera oír este grito de Amor. Aquél que abra su puerta al Señor
quedará ligado a Él. Dios desborda de
Amor. Alabado sea.
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