Durante 10 años, todos los
días 25 de cada mes en San Nicolás, se
convoco a un grupo voluntario de Misioneros de diversos lugares del país,
felizmente, por iniciativa de los propios laicos presentes en las reuniones,
fueron grabadas las charlas que se dieron. Hoy contamos con esta catequesis que
nos disponemos a ofrecer aquí a modo de entregas semanales para todos,
peregrinos en general y misioneros en particular.
COMUNIDAD
EVANGELIZADORA
“Acudían asiduamente a la
enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían
sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la
necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con
un mismo espíritu y partían el pan por las casas y tomaban el alimento con
alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de
todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían
de salvar.” Hechos C.2, V.42 - 47
Los cristianos estamos
llamados a vivir el Evangelio y a expandirlo, porque el Señor nos envió a
predicar su Palabra a todos los hombres. Así también, nos dejó este otro
mandato: "Ámense unos a otros, como Yo los he amado”, por lo tanto, ese
Jesús que debemos predicar está incorporado a nuestra persona, como nosotros a
Él, por el Amor. Predicamos a un Cristo que se hizo parte de nuestra vida. La
comunión con el Señor y con los hermanos es lo que lleva a la unidad.
Es el mandato que da
garantía de credibilidad a quienes nos escuchan. Los Apóstoles forman la
primera comunidad fraterna y misionera junto al Señor. Jesús es, para ellos, el
Maestro y el Hermano mayor que muestra al Padre y que también, adopta la
condición de Servidor. Es el Maestro y el Servidor, eso hace a la comunión. Por
ésta no sólo se pone al servicio de los otros, sino que además los sabe
interpretar, apreciar y valorar.
Jesús comienza su vida
pública y pone las bases de la comunión eclesial, prolongando su primera
experiencia comunitaria de la familia de Nazareth. Él vivió en el seno de la Trinidad de Nazareth:
Jesús-María-José, el modelo más perfecto de familia. Nazareth se convierte, en
pequeño, pero de modo pleno, en el ideal de la Familia Trinitaria ,
que Jesús viene a recrear entre los hombres.
La comunidad apostólica
debe formarse y permanecer en este clima de amistad fraterna y de recíproca
comunicación. Y debe tener una meta: “Padre, que todos sean Uno como Tú y Yo
somos Uno”. La comunión lleva a la amistad, a la reciprocidad en el amor y en
las responsabilidades compartidas.
María intenta esto, en
Pentecostés. Ella recibió de Jesús, la misión de la Maternidad , la que
deberá ejercer en favor de toda la
Iglesia , para siempre. Ella congregó a los apóstoles en la
unidad de familia y a este Colegio Apostólico, lo hizo rico en caridad, en amor
y en comunión. El Espíritu Santo produjo las maravillas del Amor, en los
corazones y por eso, surgieron tantos frutos, en la primera predicación
evangélica.
Los apóstoles se
dispersaron por el mundo, desde la comunión más profunda. La dispersión no es
sinónimo de división; se separaron físicamente, pero la comunión se incrementó.
Cuando hay verdadera amistad entre las personas, la lejanía no la rompe, sino
que la idealiza y la perfecciona. Si bien es una relación que exige ser
cultivada en la presencia del amigo, hay niveles de amistad que se cultivan
perfectamente en el silencio de la distancia. A eso estamos llamados, es decir,
a vivir de tal modo la comunión, que nuestro hacer eclesial se sienta
respaldado desde la oración y la ofrenda de toda la comunidad.
La primera comunidad cristiana
es conciente del gran valor de ser familia. Hay en ella elementos
característicos que le son propios. En primer lugar, se reunían con frecuencia.
La comunidad evangelizadora debe reunirse asiduamente para potencializar lo que
piensa o siente cada uno de los integrantes. En segundo lugar, tenían un solo
corazón, es decir, compartían todo: las tareas, las preocupaciones, los
triunfos y los fracasos. Tenían un solo corazón y una sola alma por el amor.
Esta es la meta, para el evangelizador. Sólo, a partir de ella, se puede
evangelizar.
Además, no había
necesitados, ni en el orden material, ya que ponían todo en común; ni en el
orden espiritual, ya que pertenecer a una comunidad los protegía de la angustia
y del temor. Por último, se agregaban nuevos miembros a ella, porque la veían
una meta accesible y acogedora. Cuando hay amor, se siente la alegría de la
caridad y ésta es contagiosa. Para San Pablo, la falta de amor es el gran
motivo de escándalo, porque estamos llamados a ser signos e instrumentos de
comunión.
Es fácil vivir la comunión
cuando está lograda, pero cuando no lo está, pensemos que el Señor nos pone
ahí, para que hagamos la obra que Él nos pide. Los ideales no se dan de una
manera perfecta y cuanto más altos son, más van a padecer los ataques de la
agresión, la división y las grietas. Estos son signos puestos por Dios, ya que
Él va haciendo su misterio de comunión a través de nosotros, según su manera.
El amor de Cristo, en la Iglesia , se agrieta con
las divisiones, los egoísmos, los intereses mezquinos, la incapacidad de
compartir. Pero se solidifica y se consolida, cuando tenemos una permanente
actitud penitencial de renuncia, a nosotros mismos. La comunión es la exigencia
del Rebaño de Cristo y su garantía de Salvación.
Estamos llamados a formar
una verdadera familia basada en la continua práctica de la Caridad , en la cual
descubrimos que más que realizar distintas tareas o cargos, somos hermanos con
responsabilidades distintas. Nadie es más que nadie, porque todos nos debemos
unos a los otros. Tenemos necesidad de equipos pastorales, pero debemos
organizarnos unidos por el amor a los hermanos. Siempre y en todo momento,
debemos privilegiar la comunión de las personas que la coordinación de
servicios.
La grandeza de la
comunidad evangelizadora tiene presente
, en primer lugar, a Dios de quien se enriquece y se nutre. Luego, a los
miembros de la comunidad con quienes hace la comunión y la fraternidad. En
tercer lugar, a los destinatarios, quienes se benefician de esa unidad.
Evangelizar es un acto de
amor. Somos reflejo de la
Santísima Trinidad y debemos aspirar a vivir el misterio de
la unidad, como mandato del amor evangélico. Amar y ser amado es una exigencia
del amor cristiano. Jesús amó y se dejó amar por María, por todos; esa riqueza
de dar y recibir lo hizo expresión del Amor del Padre.
La comunión fraterna
favorece directamente a la misión, porque es la prueba de la Verdad que enseñamos y de la Caridad que nos anima. La
comunión exige compartir para crecer. Es necesario compartir los trabajos
apostólicos, las experiencias, los proyectos; sentir como propio lo que es del
otro y viceversa. Lo importante es sentirse respaldado y avalado por el afecto
de la comunidad.
Que la Virgen nos ayude a vivir todo esto. Su real
presencia maternal produce frutos evidentes de conversión y de acercamiento a
Dios y a los hermanos. Pidámosle que nos haga vivir el Cielo, en la Tierra , a través de la fe
profunda, de la esperanza que no defrauda y del amor que embellece todo.
Mensaje 1585
En estos tiempos, en que
el veneno del maligno parece contaminarlo todo, el Señor se manifiesta para que
sea posible la salvación de las almas. Estas palabras pueden llegar a
debilitarse si se guardan, si no se extienden; deben ser anunciadas en toda la
tierra. Quiero oración, unión y fuerza en los espíritus, ya que ahí radica la
eficacia del mensaje de esta Madre. Hijos míos: Os invito a ser evangelizadores
de vuestros hermanos. Amén, amén. Predícalo hija.
Mensaje 1709
¡Oh, hija mía, triste
realidad vive hoy la juventud! La drogadicción es un grave peligro para los
jóvenes, porque los lleva a vivir en la más completa inmoralidad. El
desconocimiento de Dios hace que el alma se sumerja, en las tinieblas. Es por
eso que cada vez deben ser más los hijos que conozcan el Evangelio; que deseen
ser salvados por el Salvador: Cristo Jesús. La salvación debe ser ampliamente
predicada; es necesario que así sea. Amén, amén. Hazlo conocer, para que
despierten mis hijos.
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