Nuestras lágrimas en la pasión: P. Aderico Dolzani, ssp. 24/03/2013
Hoy escuchamos el relato de la pasión del Señor. También lo escucharemos el Viernes Santo. Y seguramente algo sentiremos en nuestro interior: compasión por los sufrimientos de Jesús y María, indignación por las falsas acusaciones y la injusticia de los tribunales, lástima porque vemos que alrededor de Jesús hay quienes siguen el ritmo de sus pequeñas cosas como si nada… Así escuchamos y vivimos la Pasión como la mujeres de Jerusalén: se acercan a Jesús para expresar su dolor por la situación de él… y lo que ven a su alrededor. Participan en el drama que se desarrolla en la ciudad y hacen su parte dignamente. El Señor les responde con un cariñoso reproche: “No lloren por mí, lloren más bien por ustedes y por sus hijos”. Otras son las lágrimas de Pedro, que explota en llanto después de recibir una penetrante mirada del Señor. No llora por Jesús ni por las injusticias que ve que se están cometiendo. No siente indignación ninguna. Pedro llora por sí mismo, por su actitud, por haberlo negado tres veces, por el quiebre culpable de su relación con Jesús. Llora por sus culpas y no por las del prójimo ni por la situación que lo conmueve. Podemos imaginar que, con la mirada, Jesús y Pedro se dijeron muchas cosas que ni las palabras pueden expresar. Y las lágrimas de Pedro son la repuesta. Jesús fue al Calvario por personas como Pedro. Junto con él, podemos poner al que la tradición llama Dimas, el buen ladrón. También él lloró por sí mismo, mientras su compañero, condenado como él, sostenía que todos estaban equivocados menos él; y pedía y exigía una liberación milagrosa e inmediata. Hoy comenzamos la Semana Santa. Podemos vivirla como espectadores sensibilizados, hasta podemos participar de las diversas misas y funciones… Pero dejemos que el Señor nos mire, y miremos nuestro interior. Si descubrimos que tenemos razones para llorar… estaremos en el buen camino de encontrarnos con él.
El mensaje de la liturgia: ¡Gloria al Rey triunfante y sufriente!
Alegría y compasión se unen en el domingo de Ramos. Alegría porque Cristo es aclamado como Rey;; compasión y dolor porque se dirige a aceptar, por obediencia la muerte de cruz. Hoy
acompañamos a Jesús con los ramos, en alto. Los llevamos a casa como un "signo", un recuerdo del compromiso de imitar su vida: Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo.
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