Catequesis
Mariana desde San Nicolás: por el Pbro. Carlos A. Pérez
Durante
10 años, todos los días 25 de cada mes en San Nicolás, se convoco
a un grupo voluntario de Misioneros de diversos lugares del país,
felizmente, por iniciativa de los propios laicos presentes en las
reuniones, fueron grabadas las charlas que se dieron. Hoy contamos
con esta catequesis que nos disponemos a ofrecer aquí a modo de
entregas semanales para todos, peregrinos en general y misioneros en
particular.
La
Misericordia de Jesús y Maria
Lc.
15, 1-8. Parábola de la oveja perdida.
1.-
Nos dice el evangelio: "Tanto amó Dios al mundo, que envió a
su propio Hijo". Es decir que Él nos amó primero. ¿Qué
significa esto? que cuando aun éramos pecadores, no teníamos la
posibilidad de merecer. Antes de la redención esa posibilidad no
existía. Existía como simple actitud de súplica al Señor y
tendría valor en función de los méritos de Cristo. Por eso los
Santos del Antiguo Testamento merecieron gracias pero por la muerte
de Cristo que sería mucho tiempo después. El Padre nos amó primero
y como se compadeció del dolor de sus hijos nos envió a su propio
Hijo. Ese amor se llama misericordia y se desbordó en la Creación,
porque Dios nos creó, no por necesidad sino porque siendo
infinitamente perfecto y por lo tanto infinitamente feliz en Sí
mismo, quiso hacer criaturas felices como Él es feliz. Este es el
verdadero sentido de la Creación: nos ha creado para hacernos
felices y nos ha dado la libertad para elegir y la gracia para poder
elegir aquello que Él quiere. La libertad existe: por la libertad
los ángeles malos se perdieron; por la libertad Adán pecó y a
partir de eso nosotros sabemos que existe un gran combate espiritual
que debemos librar contando siempre con la gracia y con todos los
medios espirituales para ganar esa gracia; pero también sabemos que
nuestra libertad está enferma por el pecado y busca sus propios
caminos y otros proyectos de felicidad. Acá esta el gran combate.
Por eso Dios sabiendo que ya por nosotros mismos no podríamos
salvarnos, decide hacerlo por un acto propio de su voluntad y lo hace
porque es Él; no esta limitado por el poder del demonio y quiere
expresar su amor por nosotros de manera perfecta, haciendo lo que mas
quería: pidiéndole a su Hijo que muriera por nosotros en la Cruz.
Este es un gran misterio, que solo comprenderemos en el Cielo, pero a
medida que lo vamos viviendo en la Tierra, descubrimos y
experimentamos a Dios: un Dios rico en misericordia, infinitamente
bueno y Padre, que nos pide que adquiramos una experiencia personal
de Él. Y la experiencia personal es experimentar su Amor
Misericordioso.
2.-
El que se siente amado siente necesidad de amar; de ahí la necesidad
nuestra de ser apóstoles misericordiosos. Hacer sentir el amor
Misericordioso de Dios a los demás para que éstos lo amen. Nosotros
somos los instrumentos de ese Amor. El Amor nos lo dio Dios a través
de su Hijo que se hizo cargo de nuestra miseria, de toda nuestra
pobreza, de nuestra incapacidad, asociando nuestra humanidad pecadora
al Hijo, dotándolo de un cuerpo como el nuestro, sujeto a las
limitaciones de nuestra condición pecadora, menos en el pecado. El
Señor escondió toda su Gloria y su Poder, y se hizo extremadamente
pobre y esclavo nuestro; voluntariamente lo hizo cuando lavo los
pies, y fundamentalmente cuando murió en la Cruz en una muerte que
correspondía a los esclavos. Es decir que por amor se hace esclavo
nuestro y se convierte en servidor de cada uno de nosotros ocultando
toda su apariencia de su infinita grandeza que tiene como segunda
Persona de la Santísima Trinidad.
3.-
No ha venido para condenar sino a perdonar; no para juzgar si no para
salvar. Hay un entrañable amor de Jesús por los pecadores: la
samaritana, la mujer adúltera, Zaqueo, Pablo, el Apóstol Pedro. "No
quebrará (dice el Evangelio) la caña cascada por el viento, ni
apagará la mecha humeante". Es decir que dará incesantemente
oportunidades de conversión. Así buscará la oveja perdida hasta
encontrarla, recibirá al hijo pródigo que se fue de la casa, como
si nada hubiese pasado y hará una gran fiesta, porque el amor del
Padre se goza en el encuentro con el hijo y este encuentro borra las
amarguras del desencuentro. Comerá con publícanos y pecadores y
tendrá una preferencia especial por los enfermos, los pobres, y una
comprensión de las muchedumbres que estaban como ovejas sin pastor.
En general, es requerido por todos con los cuales reitera su actitud
de servicio. Un cuidado especial merecen aquellos que serán los
predicadores del Evangelio y anunciadores de la misericordia. Su
actividad misionera la despliega fuertemente cuando va de pueblo en
pueblo en Israel pero también dice "tengo otras ovejas que no
son de este redil" haciendo referencia a su predicación con
dimensión universal. El quiere ejercer la misericordia para que
llegue a todos los hombres.
Por
su amor misericordioso aceptó el sacrificio más duro, la muerte de
Cruz, junto a dos ladrones, mientras el pueblo a quien había
beneficiado reclamaba su muerte; los jefes de Israel, que nunca lo
entendieron, gozaban de su destrucción; sus amigos de siempre, los
apóstoles, huían despavoridos y algunos negándolo. Sin embargo,
pese a todo, fue misericordioso hasta el final: nos hizo hijos de
Dios al darnos la redención y nos dio a su Madre para que nos
enseñara a caminar como hijos. Nos legó el sacramento del Perdón
para reconciliarnos con el Padre, reconciliarnos entre nosotros y
capacitarnos para una vida profundamente fiel; nos hizo familia en la
Iglesia porque no solamente nos salvó a cada uno, sino que nos salvó
como cuerpo, como comunidad, como familia, haciéndonos signo de lo
que es Dios: Familia -Trinidad. Además nos iluminó con la esperanza
de la Vida Eterna y nos dio por medio de los Sacramentos y la
Palabra, en el seno de la Iglesia, y a través de las obras buenas,
la gracia de la fidelidad. Y para asistirnos en todo esto nos envió
al Espíritu Santo. Sólo reclama de nosotros gratitud, confianza,
fidelidad, paciencia, humildad. "Aprendan de mí que soy manso y
humilde de corazón".
Esta
es una expresión muy clave en el corazón de Cristo y así tiene que
ser para nosotros: mansedumbre y humildad. La primera expresa la
victoria sobre la violencia, sobre la violencia del pecado que brota
de un orden interior que tiene su origen en la Gracia y la segunda
nos hace reconocer que solamente Dios es Dios y nosotros somos
criaturas.
4.-
Jesús pasó por este mundo derramando misericordia. A esto estamos
llamados nosotros. Y María es Madre y Modelo de Misericordia; su
corazón es el ámbito de su amor maternal y misericordioso. Es el
espejo del amor de Cristo, como éste es la viva expresión del amor
del Padre. El Amor de María es totalmente trinitario. Hija del Padre
que muestra una plena adhesión a la misericordia divina y a su Plan,
Esposa del Espíritu Santo en plena fidelidad a ese proyecto salvador
que el Espíritu le va indicando; Madre del Hijo, Jesús, entregada
del todo a ese Hijo, para que pueda cumplir su misión salvadora; y
además, por divina gracia, Madre de toda la Iglesia, es decir Madre
nuestra.
María
expresó su amor en el "Sí" dado en Nazareth y del cual no
claudicó jamás. En contraposición al "No" de Eva, Maria
se convierte en la Madre de todos los creyentes. Su misión más
importante está dada por su divina maternidad. Este es el dogma
esencial de María porque al elegirla Dios para ser su Madre, la
llena de un especial caudal de Gracia, de bendiciones.
Ella
misma dirá en San Nicolás, como una clarísima experiencia de
misericordia:
"Soy
sobre todo Madre". Así quiere ser llamada y nosotros tenemos
que acostumbrarnos a hablar de ella usando ese título. La Iglesia la
honra como Madre, descubriéndola en un montón de advocaciones que
ponen de manifiesto el amor misericordioso de su maternidad: Perpetuo
Socorro, Auxilio, Consuelo, Puerta del Cielo, Arca de la Alianza,
Virgen Clemente, Madre del Buen Consejo, Causa de la Alegría, Salud
de los enfermos, Refugio de los pecadores, Madre de la Misericordia.
Son infinidad de títulos que muestran su proyección maternal
ofreciéndose misericordiosamente a los hombres. Desde el momento en
que fue llevada por el Espíritu Santo a los pies de la Cruz, allí
nos heredó como hijos en la persona de Juan. Allí le costamos mucho
dolor; el que no sufrió en el parto de Jesús, lo sufrió en el
parto de la Iglesia. Se hizo cargo de Juan y luego de los Apóstoles,
y desde ellos de cada uno de nosotros, atendiéndonos con un amor
personal, ejerciendo su misericordia, conduciéndonos por un sendero
personal.
5.-
En el tiempo de la Iglesia, son múltiples sus manifestaciones de
elocuente expresión de su misión de Madre y de evangelizadora.
Especialmente presente en los graves momentos de la vida personal de
cada uno de nosotros, o en la vida de los pueblos o en la del mundo.
Ella no cesa, no se cansa de aparecer, de mostrarse al mundo pidiendo
la oración y la conversión para que el misterio y el don de la paz
se produzca realmente entre los hombres.
Tanto
la persona de Jesús, revelador del Padre, como la que más
experimentó la misericordia del Señor, nos tienen que enseñar cuál
es el camino a través del cual deberemos mostrar misericordia. La
apertura del corazón, la capacidad del perdón, el orar por los
demás, por la conversión de los hombres, la disponibilidad y el
servicio a todo el que nos precise, la sencillez con que nos
dispongamos a escuchar a los más necesitados. Si estamos dispuestos,
el Espíritu Santo nos iluminará para encarnar en nuestras vidas una
actitud de misericordia que sea ininterrumpida, reflexionando que así
como el Padre envió a su Hijo para salvar a la humanidad, así
también nos envía a nosotros, para que el mundo crea por nuestra
palabra, por nuestro testimonio, por la entrega de nuestra vida en la
cruz de cada día o como el Señor lo quiera. Muchos ejemplos hay en
el mundo de mártires que, como el Señor, dan la suprema expresión
de amor por Dios y por los demás.
6.-
Meditemos todo esto para definir nuestra vida no solo en algún gesto
de misericordia, sino como verdaderos instrumentos de Dios para
alcanzar la Justicia, el Amor y la Paz en la humanidad.
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