REFLEXIONES
PARA EL ALMA
DE JOSÉ
LUIS PRIETO
¿Qué
voz estas escuchando?
Desde
hace varias décadas, en África, se producen una serie de conflictos
armados, que al igual que sus periódicas hambrunas parecen no
merecer mayores comentarios en la opinión pública occidental. De
ellas, el Genocidio de Ruanda y la Guerra del Congo que involucró a
Angola, Zimbabwe, Uganda, Ruanda y Namibia, fueron las más terribles
y devasta-doras.
Más
de tres millones de personas murieron entre 1998 y 2002 en la selva
congoleña por actos violentos, hambre y enfermedades en el más
mortífero conflicto surgido en el mundo tras la Segunda Guerra
Mundial. Desde entonces, los gobiernos de esos países fueron un
claro ejemplo de anarquía, abusos y dictaduras, como lo demuestra el
hecho de que curiosamente en 1984 Mobutu declaró tener depositados
en Suiza, unos 4.000 millones de dólares, una cantidad similar a la
deuda nacional que tenía.
El
odio entre diferentes etnias, hizo que hombres de todas edades se
transformaran en verdugos, asesinando salvajemente a niños, mujeres
y ancianos, sin mostrar la más mínima compasión.
Esta
mezcla entre dictadores sanguinarios y crueles exterminadores, forman
una combinación letal, donde el más perjudicado siempre es el
pueblo, que nada tiene que ver con las aspiraciones y ambiciones de
unos y de otros.
Pero
no hace falta ir tan lejos, ni retroceder en el tiempo. Aunque no se
manifieste esta extrema crueldad, hoy en día podemos ver a muchos
gobernantes a los cuales no les importa el sufrimiento del pueblo, no
piensan en los que no tienen nada y lo más indignante es que si
quisieran podrían arreglar muchas cosas, pero por alguna razón que
no consigo entender, no lo hacen. Y todas estas cosas son solo un
ejemplo de las distintas atrocidades que el ser humano es capaz de
cometer.
Cada
vez que escucho que una o más muertes se producen en nuestro mundo
por el desinterés de quienes podrían evitarlas, o por los que matan
sin escrúpulos por interés económico, o por la indecisión de unos
pocos que dejan al azar el destino de los que más sufren, no consigo
comprender cómo pueden vivir tranquilamente, cómo pueden dormir sin
que su conciencia les moleste, porque la mayoría de nosotros
sufrimos y nos sentimos mal cuando vemos por la televisión que un
niño o un anciano están sufriendo penalidades, hambre o frío.
Comencé
a investigar sobre el tema y entendí que es una «cuestión de
conciencia». Ni más, ni menos.
En
nuestra mente se libra permanentemente, una batalla entre el «bien»
y el «mal». Los dos quieren tener el control; el «bien» quiere
lograr que hagas las cosas de tal manera que llegues a ser una
persona íntegra, respetable, con valores y moral; pero el «mal»
quiere empujarte a lo peor. Su deseo es que llegues a ser un ladrón,
asesino, drogadicto, alcohólico, estafador, mentiroso, maldiciente,
calumniador. Que odies aún a tus seres queridos, que no tengas
compasión, ni sentimientos por nada ni por nadie. En definitiva,
quiere hacer de ti un ser destructivo y autodestructivo.
Aunque
te parezca irreal, todo esto ocurre en nuestra mente. Luego depende
absolutamente de nosotros tomar la decisión final, es decir,
ejercitar la voluntad y determinar a quién obedecemos.
Si
seguimos las instrucciones del «bien» viviremos de manera
transparente, nos moveremos por amor y sentiremos paz en nuestro
corazón. Pero tomar esta decisión no es tan fácil, porque tu
propio entorno, tus amigos y compañeros, pondrán infinidad de
razones para hacerte ver, que lo que estás haciendo son puras
tonterías y te dirán que «tienes que disfrutar de la vida», «no
hay nada malo en eso», «los demás lo hacen» cualquier cosa para
que sigas los consejos del «mal». Incluso te dirán que es la única
manera de evitar los sufrimientos innecesarios y ser feliz.
No
creo que haga falta decirte de dónde vienen los pensamientos y
razonamientos que nos impulsan al «mal». Pero lo que sí quiero
decirte, es que nuestra conciencia debe ser permeable a todo lo que
venga de parte de Dios. Es decir: vivir de acuerdo a esos buenos
pensamientos y principios que aparecen en nuestra mente y que nos
impulsan a todo lo bueno, porque además de ayudarnos a vivir de la
mejor forma posible, nos ayudarán a ir desplazando esas tentaciones
que tarde o temprano tienen graves consecuencias.
Es
muy posible que de pronto empieces a pensar que actuar de esta forma
es una tontería, o que el «bien» es cosa de religiosos y
santurrones. Si eso ocurre, ten cuidado, porque no solo te estás
metiendo en problemas, sino que además te estás inmunizando a la
voz de Dios y no solamente aceptarás el «mal», sino que acabarás
llamándole «bien»
Esto
es lo que le sucedió a tantos y tantos personajes siniestros de la
historia. Personas normales como tú y yo, que en un momento
determinado dejaron de escuchar la voz de Dios que les aconsejaba
como debían actuar y empezaron a «sintonizar» otra voz.
Esa
es la razón por la que a pesar de las atrocidades que cometen,
pueden descansar, porque han terminado por llamar bueno a lo malo y
muchas veces también por llamar malo a lo que es bueno y porque su
conciencia está totalmente sorda a la voz de Dios.
Tal
vez te estés preguntando: ¿Qué tengo que ver yo con esos crueles
asesinos y exterminadores de los que estamos hablando? Bueno, en
realidad no estamos hablando de personas concretas, sino de lo que
hacemos con nuestra conciencia, de lo que hacemos con el «bien» y
el «mal» que pugnan en nuestra mente, emociones y voluntad, y eso
tiene que ver con todos y cada uno de nosotros.
¿Qué
voz escuchas, qué voz rechazas?
«Si
te das cuenta de que has estado escuchando y siguiendo la voz
equivocada, la que te impulsa hacia el «mal», no te preocupes;
pídele a Dios que quite todo aquello que te impide oír claramente
Su voz y que te ayude a obedecerle y empezarás a sentir Su presencia
y una paz indescriptible»
«No
le digas a Dios lo grande que es tu problema, dile a tu problema lo
grande que es Dios»
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