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Opinión: Reflexiones:


Homenaje: Un texto dedicado a rescatar la memoria de quién fuera uno de los grandes referentes de la Iglesia en Rosario, que falleció el pasado martes 6 de Mayo de 2014. Un sacerdote que dio ejemplo de sencillez y proximidad con la gente. Además era poeta.
Autor: Alejandro Hugolini, escritor rosarino


Rogelio Barufaldi, el cura del pueblo:
¿Cómo se escribe la muerte de un amigo? Supongo que por el principio: Conocí a Rogelio Barufaldi en 1085, en su parroquia San José Obrero del barrio La Florida. Él había llegado en 1962, con menos de 30 años, a una comunidad que desconocía, a una capilla de chapas con bancos de madera, donde estaba –y todavía está- el enorme óleo de San José en la carpintería. En ese entonces era un cura joven que fumaba y andaba en moto, aunque ya era también profesor del Seminario, donde llegó a trabajar más de 50 años. Escribía poesía y crítica literaria y con esa moto, con ese entusiasmo juvenil, se fue adentrando en la villa “Campo de Mayo”, donde años más tarde se constituyó la cooperativa “12 de Octubre”.

El nombre de la cooperativa lo eligieron los propios villeros “como acto de fe y esperanza de reconstrucción”. El 12 de Octubre Perón había asumido su tercera presidencia por el voto popular. En esa villa estuvo el Padre Carlos Mujica a comienzos de los “70” y prometió volver. Una cruz de balas se lo impidió. La reunión de los curas del Tercer Mundo con Mujica, en la parroquia, le costó a Barufaldi que lo acusaran de marxista, algo que sólo suprema la imbecilidad de algunos podía sustentar. La villa tuvo su salón comunitario, su teléfono público, sus médicos. Su “consejo asesor”.
No tuvo su capilla, porque Barufaldi no quiso. “Ustedes se van a esconder acá. Vayan a la parroquia, que está a pocas cuadras y siéntense en el primer banco, porque es también de ustedes”. Poco a poco, los terrenos de la villa fueron comprados a sus dueños en una experiencia singular de hacer valer la dignidad del trabajo y el esfuerzo. De toda esa epopeya salió un libro de poemas: “Martín Villa, hermano de Martín Fierro”. El barrio La Florida tuvo en Barufaldi y en San José Obrero un lugar de reunión  y de lucha, por el pavimento, por el agua, por las cloacas, por el gas natural.
Tuvo un comedor para más de 300 personas, un “roperito”, un fondo para medicamentos, una biblioteca y una escuela primaria. Cuando La Florida cumplió 100 años, en 1989, Barufaldi organizó la Comisión y se realizaron los festejos y más tarde un libro en el que se rescataron, además de la historia del barrio y sus instituciones, los testimonios de los viejos que habían estado, en algunos casos, desde las primeras décadas del siglo 20. En “modesto país mi barrio” llevó a la poesía su amor por La Florida, por su gente, sus  barracas, sus pescadores, sus árboles, por toda  esa geografía vital. Barufaldi había nacido en Arequito, de padre italiano y madre yugoslava, y desde muy pequeño había ingresado al Seminario Menor.

En el barrio encontró un pedazo de pueblo dentro de la ciudad. “el día que descubrí el camino de la escuela y de la plaza, el duplicado de mi pueblo fue perfecto”. La gente, los vínculos,  el trabajo, el pan compartido lo remitían a su infancia en la pampa gringa. En 1994 estuvo por primera vez en Europa, donde pudo llegar a Roma, y a Cortabbio, el pueblo de su Nono Juan. Y recorrer los campos del Quijote. Le ofrecieron todos los beneficios para quedarse, pero La Florida pudo más. Lejos de la solemnidad, al volver de Europa nos regaló copias de una foto suya con el Papa Juan Pablo. Al entregarla aclaraba, con una sonrisa pícara: “El de blanco es el Papa”.
En los 52 años de su vida en la Florida siguió viviendo de su trabajo como docente, escribiendo sus libros de poesía, sus obras musicales, sufriendo y alegrándose por Central, escuchando al Tano Marino, a Chabuca Granda, comiendo lo que se cocinaba en Cáritas, casando a muchos de sus ex alumnos, recibiendo cada año a los dirigentes sindicales para la misa de los trabajadores del 1º de Mayo.
Más allá del ciudadano ilustre de Arequito, del artista distinguido de Rosario y de la provincia de Santa Fe, del poeta enorme y poco reconocido, quedan su nunca admitida negativa a ser obispo, sus notas bajo seudónimo en la revista Línea durante la dictadura. Sus veranos en Arias en el campo familiar, su convivencia fraternal con 3 generaciones del barrio, su increíble capacidad de conocer lo último de la teología y el último chico nacido en la villa. Su voz potente de barítono, sus días chinchudos y su extraordinaria alegría cuando estaba en un proyecto, cosa que ocurría todo el tiempo.
En los últimos años, lo afectó la muerte de su hermano Naldo, y la lenta pero inexorable partida de muchos de los “fundadores” de San José Obrero. Hace pocos días me invitó a la presentación de un trabajo musical basado en sus poesías. Me contó entusiasmado que por fin iba a editar el “Manual de Vivir el Barrio”. Con muchos de los editoriales de la revista que había fundado en 1996. Y a reeditar el “Martín Villa…”, un libro raro y agotado hace décadas.

El otro día me llamó un amigo y me dijo sin preámbulos “Barufa está jodido”. Murió rodeado de su familia y los incondicionales de la Parroquia. Un hombre así no entra en 3 páginas. Cuesta creer que haya  más tipos de esa madera. Hay que creerlo pero cuesta mucho. Para muchos de nosotros es el fin de una era. Rogelio Barufaldi, Barufa, “El Baru”, Chichín, se fue a la PAMPA DE ARRIBA, COMO DICE UN AMIGO. Se fue el compañero de toda una vida, el docente, el cura del pueblo, el poeta, el gringo, el hombre entero con su hermosa y humana imperfección. El del vino tinto y los partidos de truco. El amigo de los pescadores y los albañiles. Es seguro que su Pascua tiene las estrellas del cielo de Arequito.




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