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Catequesis Mariana desde San Nicolás: por el Pbro. Carlos A. Pérez


Durante 10 años, todos los días 25 de cada mes en San  Nicolás, se convoco a un grupo voluntario de Misioneros de diversos lugares del país, felizmente, por iniciativa de los propios laicos presentes en las reuniones, fueron grabadas las charlas que se dieron. Hoy contamos con esta catequesis que nos disponemos a ofrecer aquí a modo de entregas semanales para todos, peregrinos en general y misioneros en particular.

El Don de la Santidad

Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo dijo: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tus hijos te glorifiquen a Ti. Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como nosotros. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como Tú me has enviado al mundo, Yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mi mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en Mí,para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y Yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros”. (Juan, C.17; 1,11 al 21)
La Santidad es la meta a la que somos llamados. Es una gracia, un don que nos exige disponibilidad, para recibir lo que el Señor nos da. Debemos estar abiertos al don de Dios, para que el Señor pueda divinizarnos. Eso es lo que hace el Bautismo, nos diviniza, nos hace hijos de Dios, nos consagra para Él, para que sólo seamos de Él. Ésta es la vocación de todo hombre, ya que siendo totalmente de Dios, en Él vendrá la proyección de nuestra vida hacia toda otra criatura y a la Creación entera. Es decir, la verdadera comunión con la Creación y con las criaturas, se da cuando estamos profundamente unidos al Creador. En esta unión podremos descubrir las riquezas de la Creación, que encierra destellos de Dios y nos invita a pensar en Quien le dio origen. El cristiano debe testimoniar, con la vida, este misterio.
El bautizado debe exteriorizar el signo interior, que nace de la Fe y que se manifiesta en el Amor. La santidad es amar a Dios y a los demás. Es amarlo y sentirnos amados por Él. En el camino de la Santidad, aprendemos a renunciar a nosotros mismos, a nuestro desorden interior para que nuestra vida, desde el amor, se ordene según Dios. El amor se hace presente no en las grandes, sino en las pequeñas cosas de cada día, es allí donde Dios nos pide que le mostremos que lo amamos. Siempre nos llama a vivir una experiencia de encuentro con Él, de un encuentro que debe ser, cada vez, más pleno , más profundo, más lleno de lo absoluto, más despojado de lo secundario y relativo. Él quiere dar esta Gracia del encuentro, pero muchas veces halla, en nosotros, las dificultades propias de la condición humana. Es infinitamente Paciente y Misericordioso, por eso nos perdona y nos exhorta al cambio, a tomarnos en serio la misión que tenemos. Pablo de Tarso era un judío sincero, pero equivocado; perseguía a los cristianos y allí, fue iluminado. En la oscuridad de esa ceguera provocada por Dios, fue llamado y recobrado para la misión.
Hay momentos, en los cuales Dios interviene, para decirnos con una sola palabra o un solo gesto, cómo renovar el modo de asumir nuestra vocación cristiana. El Apóstol Pedro dijo a Jesús, durante la Pasión: “ Aunque tenga que morir contigo, no te negaré ” ( Mt. 26;35). Enseguida, lo negó tres veces y al tomar conciencia de lo que hizo, lloró amargamente. Fue necesaria la humillación de Pedro, para llegar a la humildad. Éste es el camino desde el cual el Señor hace nacer el hombre nuevo. Es difícil llegar a la humildad, sin pasar por la humillación. La humildad es un don que tenemos que pedir y luego, practicar. Pedro lloró amargamente, la humana derrota de haber negado al Señor, pero Él  lo glorificó por haber creído. Nunca se deja vencer ante una derrota nuestra, es el hombre el que se deja derrotar. Tenemos que tener cuidado, ya que el demonio atenta contra la estabilidad de nuestra vocación, produciendo el desaliento, el desgaste para acobardarnos. Quiere hacernos  ver como imposible aquello, que puede ser resuelto en manos de Dios.
Zaqueo encontró a Jesús, y lo hospedó en su casa. No fue un simple encuentro, ya que cambió su vida para siempre: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres, a los que robé les daré cuatro veces más”. ( Lc.19,9 ). El suyo fue un encuentro de conversión y hoy, el Señor nos invita a lo mismo. Tenemos que contemplarlo en la Cruz, para vivirlo en la Eucaristía; experimentarlo en la oración, donde Él se hace diálogo con nosotros. En esa intimidad, descubriremos que Él es nuestro amigo. La santidad es vivir una experiencia de amistad con Jesús, en el corazón del Padre.
Cuando Jesús le promete a Pedro que será la roca, en la cual edificará su Iglesia, él le responde: “Aléjate de mí,  Señor, que soy un pecador…” (Lc.5, 8). Expresa la humildad del reconocimiento, la que no lo hace sentir desanimado por lo que es. El niño pequeño acude a su padre y a su madre, porque se siente protegido y querido. Los santos gozan en las humillaciones, porque se sienten capacitados por Jesús para superarlas y se abandonan en las manos del Padre.
Una humilde aceptación de Dios es la consecuencia de aceptarnos a nosotros mismos con nuestra pobreza y nos invita a vivir llenos de confianza, como el Hijo pródigo. Cuando este hijo regresa más que en su pecado, piensa en su padre, que lo espera y abraza. Cuando el amor es real, es fuerte y recíproco. El que perdona, ama aún más, a quien vuelve a él, con arrepentimiento. Este es el gran misterio del Evangelio, la Misericordia.
El encuentro con Dios nos lleva a un reconocimiento de la grandeza del Señor, a un deseo sincero de estar con Jesús, que debe traslucirse en una vida distinta, nueva, renovada, que tiene como objetivo al prójimo. En una decisiva entrega apostólica, los Apóstoles salieron al encuentro con Jesús, por la fuerza del Espíritu Santo. Éste los impulso a entregarse a una acción misionera.
El llamado a la santidad exige  tener preferencia por los que más nos necesitan. Cuando se produce nuestro encuentro con Dios , espontáneamente tenemos que pensar a quién servir en Su Nombre. Jesús, en el Sagrario, nos invita a que veamos en cada necesidad del prójimo, un posible acto de amor. Dios nos ofrece su amor, pero no lo impone, porque es  humilde. Nos golpea a la puerta para ofrecernos su infinita riqueza, pero siempre siendo respetuoso de nuestra libertad. Si somos humildes, lo entenderemos enseguida. Él es como un niño, infinitamente grande y a la vez, infinitamente pequeño, por eso sólo los que son como niños, lo comprenden y entienden sus caminos.
Hay que mirar a Jesús en el misterio de Belén y en el de la Cruz. Todo lo que la imaginación nos ayude tenemos que ponerlo al servicio de la contemplación de Jesús, que dio su Vida por nosotros. Tenemos que  descubrirlo y encontrar la Gracia que Él nos quiere dar a través de su Espíritu. Y así mismo, descubrir nuestra pequeñez y miseria frente a la bondad de Dios. Es aquí donde la Virgen tiene un papel fundamental; es Ella la que nos va llevando al Señor y nos ofrece la experiencia de su propio encuentro con Él, con una sola pregunta que realiza, “ ¿Cómo será esto?” ( Lc.1,34). No entiende la respuesta, pero se abandona en Dios, sólo quiere vivir el Sí.
Es fundamental que nos llenemos de Dios y que vivamos hondamente nuestro espíritu de oración, de sinceridad interior. A la Virgen le importa saber que Dios tiene todo resuelto, su acto de Fe implica creer que Dios tiene respuestas, que Ella no conoce.
Finalmente, si nos convertimos y nos despegamos de las cosas, viviremos llenos de Gracia y la unión con Dios será más plena. De ahí, la importancia de las actitudes penitenciales, que implican dejar aquello que puede ser nocivo para el alma y nos ayudan a desprendernos de nosotros mismos, para ponernos al servicio del prójimo. Hagamos, entonces, el esfuerzo de introducirnos en este llamado de Jesús y vivirlo con humildad, confianza, abandono y oración , para que el encuentro con Dios sea definitivo, como el de Pablo, como el de Pedro y el de todos los santos. Así, llenos de Él y despojados de nosotros mismos, estaremos en condiciones de dar la vida por aquellos, que el Señor ha puesto en nuestro camino.

Mensaje 380          
Bendito el que elige estar con Dios, que ansía su Presencia y su Amor. Agradar al Señor es lo que os debe interesar, por sobre todas las cosas y mantenerse fiel a Su Palabra. El Señor premia a sus hijos. Gloria al Altísimo. Leed: Hechos C.2,V.26-27-28

Mensaje 332
Así como una flor bebe el agua para poder vivir, así vosotros debéis beber las Palabras del Señor. No creo que un buen cristiano pueda abstraerse a su llamado, no creo tampoco que alguien no quiera oír este grito de Amor. Aquél que abra su puerta al Señor quedará ligado a Él. Dios desborda de  Amor. Alabado sea.



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