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Liturgia



La Palabra escuchada con el corazón: Pbro. Víctor M. Fernández. 10/07/2011 (Mt 13, 1-9)


En la época de Jesús era común que los maestros enseñaran utilizando ejemplos, comparaciones, narraciones.En un primer momento los que escuchaban no sabían qué era lo que el maestro quería decir, pero eso despertaba su curiosidad y los llevaba a querer descubrir el mensaje que estaba detrás de la narración. El problema es que en aquella época se usaban ejemplos tomados de la agricultura, de los animales, de la vida en la naturaleza, y hoy la mayoría de nosotros no estamos habituados a ese ambiente; por eso quizá los ejemplos que aparecen en el evangelio no nos atraen tanto. Por eso quizá ni siquiera podemos estar atentos para escuchar con devoción los tres o cuatro minutos que dura la lectura del evangelio en una misa. Menos todavía podemos detenernos serenamente y con amor a dejar que esa Palabra de Dios penetre en nosotros y cambie algo en nuestras vidas. Eso quería decir Jesús con el ejemplo de la semilla. A veces somos como un camino duro, donde la semilla es arrebatada enseguida por los pájaros. Ni siquiera nos detenemos a escuchar a Dios.Otras veces somos como el terreno pedregoso, con poca profundidad. Allí puede entrar la Palabra de Dios, pero la persona no quiere tener problemas, prefiere llevar una vida tranquila, no quiere entregar nada por la Palabra, y entonces no la deja crecer. Otras veces somos como las espinas, porque permitimos que la Palabra crezca y comience a cambiar nuestras vidas, pero luego no le dedicamos ni tiempo ni espacio en nuestro interior, porque nos dejamos agobiar por muchas cosas y todo nos parece urgente. Jesús nos invita a ser tierra buena, blanda y generosa, abierta y dócil, para que la Palabra de Dios pueda transformarnos de verdad y llevarnos a un nivel de vida más alto, a una vida que valga la pena, a las cosas realmente importantes.
El mensa je de la liturgia: El sembrador salió a sembrar.
La semilla que sembró -y que siembra constantemente- es la mejor: La Palabra de Dios. El sembrador tampoco puede ser el mejor: Dios mismo, Jesús. ¿Donde se puede quebrar esta maravilla? En nosotros: La tierra sobre la que cae la semilla. No estamos "preparados": No oímos, no prestamos atención, no "saboreamos" la Palabra de Dios ya que ello reclama silencio interior, concentración, alejarnos un poquito de las urgencias cotidianas... La Palabra de Dios es siempre una "semilla buena" a tal punto que el Señor asegura que ella no vuelve a él estéril. Con todo, su fecundidad depende de la "buena tierra" que la recibe: Alguien que al oírla la deja penetrar en su inteligencia y en su corazón. Aquí aparece el misterio de la libertad humana: La posibilidad de aceptar, rechazar o simplemente descuidar la Palabra de Dios. ¿Será por esto que la parábola insiste en describir los terrenos en que puede caer la semilla?




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