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Catequesis Mariana desde San Nicolás por el Pbro. Carlos A. Pérez

Durante 10 años, todos los días 25 de cada mes en San  Nicolás, se convoco a un grupo voluntario de Misioneros de diversos lugares del país, felizmente, por iniciativa de los propios laicos presentes en las reuniones, fueron grabadas las charlas que se dieron. Hoy contamos con esta catequesis que nos disponemos a ofrecer aquí a modo de entregas semanales para todos, peregrinos en general y misioneros en particular.


Durante 10 años, todos los días 25 de cada mes en San  Nicolás, se convoco a un grupo voluntario de Misioneros de diversos lugares del país, felizmente, por iniciativa de los propios laicos presentes en las reuniones, fueron grabadas las charlas que se dieron. Hoy contamos con esta catequesis que nos disponemos a ofrecer aquí a modo de entregas semanales para todos, peregrinos en general y misioneros en particular.
El Corazón de Jesús y de María
Reuniones mensuales de los Misioneros de la Obra de Maria del Rosario de San Nicolas. Anexo II año 1997
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”.
Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo lo recibió en su casa. (Juan 19, 25-27)
1-     El Corazón de Jesús y el Corazón de María -como decía San Juan Eudes- son un sólo corazón. También se habla de la “Santa Unión de los Sagrados Corazones”, del Corazón de Cristo y de María, queriendo significar que la devoción a un Corazón nos lleva al otro.
Jesús es el Hijo de Dios; el Padre nos envía a su Hijo y, luego enviará al Espíritu Santo. Jesús es el Hijo de Dios que toma un cuerpo como el nuestro para divinizarnos. Como El es Hijo de Dios también nosotros- por una misteriosa participación en su vida divina-somos hechos hijos de Dios en el Hijo. El Cristo total- la Iglesia- implica esto: ser constituidos en hijos de Dios en el Hijo, en Jesucristo.
Jesús es el Hijo de Dios y también de María. No son dos personas, es una sola persona divina que tiene una naturaleza humana obrada por el Espíritu Santo en el seno de María y tiene una naturaleza divina. Por eso decimos que es Dios y es Hombre verdadero.
2-     Jesús es la suprema manifestación del Amor del Padre hacia nosotros. Esto lo dice claramente la palabra de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que nos envió a su propio Hijo”. Dios, con una capacidad infinita de amor y de perdón, nos envía a su propio Hijo para liberarnos, para rescatarnos del pecado. Y Jesús asume entonces esa misión. Dice: “No vine a hacer mi voluntad, vine a hacer la voluntad del Padre que me envió”. El tiene muy claro que es el Padre quien lo envía y que lo envía para una misión. Refiriéndose a esa misión, Jesús dirá después: “Con gran deseo he querido celebrar esta Pascua con ustedes”; porque lo que más le interesa a Jesús, es hacer la voluntad del Padre y por eso comulga con esa voluntad aún a costa del dolor tremendo que significará morir en la Cruz. De qué modo Jesús se hará cumplidor de la misión del Padre, está escrito en la carta a los Hebreos:” Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. No hay otro camino que el de la obediencia hasta la muerte.
Cada uno de nosotros hemos heredado de Adán el pecado de la soberbia y hemos heredado de Jesús la gracia y el don de la humildad. Jesús dirá en el Evangelio: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón” Esa obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz Jesús la realizó en su vida mortal , mientras anunciaba la Palabra, en una actitud de mansedumbre y humildad. Esta humildad se pone de manifiesto en todo lo que El hace pero, en primer lugar, en el hecho de que siendo Dios se anonadó, se hizo nada , no mostró la grandeza de su poder divino. Es cierto que en sus milagros se manifestaba este poder , pero en ellos no había un esplendor visible de su grandeza divina. Se humilló, asumió nuestra condición de esclavos ocultando su real grandeza, asumió nuestra condición en el servicio, en la muerte, en aceptar por nosotros las humillaciones que le fueron llegando.
“He aquí el corazón que tanto amó a los hombres....”le dirá Jesús a Santa Margarita María de Alacoque “... y de los cuales solamente recibe ingratitud y menosprecio...”
3-     El Corazón de Cristo es el recinto del Amor, es allí donde descubriremos cuánto nos ama Dios. Toda la riqueza del Amor del Padre está encerrada en el Corazón de Cristo, en el amor de Cristo. Si uno descubre en el Evangelio cuánto y de qué manera nos amó el Señor, veremos cuánto nos ama el Padre que nos ha creado. “Quien me ve a Mí, ve al Padre”, dice Jesús. El Corazón de Cristo refleja claramente la infinita riqueza del Amor del Padre. Por otro lado, es el Corazón de Cristo el recinto también donde nosotros amamos al Padre. Si estamos identificados con el Corazón de Cristo, si somos uno con Jesucristo, todo acto nuestro de amor al Padre está unido al de Jesús. Es decir, nosotros en Cristo hacemos constantemente actos de amor al Padre. Viviendo en el corazón de Cristo, consagrados a El, estamos desde Cristo, con El y en El, amando y glorificando al Padre. Entonces su corazón es el recinto donde captamos cuánto nos ama Dios y desde el cual, con Cristo, glorificamos al Padre. Es también el recinto donde nosotros vamos descubriéndonos solidariamente como hermanos, hijos del mismo Padre, miembros del mismo Cuerpo. Por lo tanto necesariamente comprometidos en el Amor de unos hacia otros.
4-     El Corazón de María: Ahora bien a este corazón de Cristo no lo podríamos desprender del Corazón de María, ya que los dos laten juntos como un solo corazón. De tal modo María, como madre, está unida con su Hijo, que consagrándonos a Ella, inmediatamente somos trasladados por Ella misma al Corazón de Cristo. Entonces nos consagramos a Cristo a través del Corazón de María, y en este camino, Ella se nos presenta como modelo, ya que fue la primera en vivir esta Consagración, al entregarse totalmente al servicio de su Hijo; es maestra de nuestra fe y de nuestra vida... y nos va conduciendo por secretos caminos al encuentro con Jesús. Si asumimos desde la fe y la fidelidad el misterio de María, vamos a comprenderla guardándonos Ella en su Corazón; dejándonos conducir por Ella, por el camino de la docilidad seremos llevados a la imitación perfecta de Jesús. “Sean imitadores míos”... dice el Apóstol Pablo.”... como yo lo soy de Cristo”. Esta frase la Virgen la dice de un modo muy especial, ya que por no haber tenido pecado vivió siempre en un nivel perfecto de unión con Jesucristo. Por lo tanto, introducirse en el Corazón de la Virgen es descubrir a Jesucristo. Y si, introducirse en el corazón de Cristo es descubrir al Padre, entregarnos al Corazón de María es ver, en un horizonte grande, el Corazón de Cristo en toda su dimensión .Hay diferentes caminos para llegar a Jesucristo, pero María es el más perfecto - dice San Luís María Gignon de Monfort- el más corto, el más fácil y el más seguro. Es el más fácil no por ser el menos exigente, sino porque es Ella la que lo recorre con nosotros, o mejor es Ella la que nos lleva en sus brazos si es que no perdemos la pequeñez interior, la capacidad de dejarnos llevar, dejarnos conducir sin pretender desconocer los planes de Dios, y dejando que El nos muestre su Plan.
5-     Nuestro Corazón.
6-     Mencioné el Corazón de Cristo, el de María y en tercer lugar podemos referirnos al de cada uno de nosotros. Nuestro corazón tiene que estar haciéndose, moldeándose todos los días...y es el Espíritu Santo quien lo va transformando en un corazón semejante al de Cristo a imitación de María. Es aquí donde reside la importancia de la oración, como lo dice la Virgen en sus Mensajes. “A través de la oración, viviremos la Consagración”.Como una esponja va absorbiendo agua hasta que queda totalmente empapada, así la oración va permitiendo que Dios nos absorba en su misterio y nos haga, cada vez más, plenamente El. “Ya no vivo yo....” dice San Pablo...”es Cristo quien vive en mí”.
Cuando nuestro corazón está empapado en Dios, solamente puede hablar de Dios, puede amar a Dios y convierte todo lo que somos , todo lo que hacemos, lo que buscamos, lo que trabajamos en actos de amor que se expresan de muchas maneras y no solamente con la oración vocal. En el Cielo, contemplaremos eternamente al único Dios... y aquí en la tierra tenemos que comenzar a vivir esta unión, con un corazón que transformado por el Espíritu Santo en un corazón semejante al de Cristo, que todo lo que haga lo realice por amor: cuando rece esté amando a Dios, cuando trabaje esté amando a Dios, cuando esté en medio de los grandes problemas de la vida esté amando a Dios. Esto es especialmente importante para los laicos que tienen la misión de consagrar el mundo, de ser fermento allí donde estén y corren el peligro de que el fermento se desvanezca, como dice el Evangelio, que la sal pierda su sabor, que la mecha se apague. Para que esto no ocurra, debemos revalorizar constantemente la gracia, el don de Dios en la vida sacramental y en la oración, vivida cada momento.
7- La oración nos permite estar enfervorizando continuamente nuestro corazón y nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios, a la luz de la Fe. El que reza nunca se desconsuela aunque tenga momentos de desconsuelo; el corazón humano nunca entra en la desesperanza aunque por momentos pierda la esperanza; nunca se deprime en serio aunque tenga momentos depresivos; nunca pierde la paz aunque momentáneamente pierda la tranquilidad. La oración nos está sanando permanentemente, nos está devolviendo a Dios... y en la medida en que nos habituemos a rezar en todos los momentos de nuestra vida, cada vez más, nuestro corazón va a buscar descansar en Dios, que es el único que nos puede dar la verdadera respuesta a nuestra vocación de hijos.
Por todo esto, es importante no perder la hermosa oportunidad de concretar la Consagración a Jesús a través de María; de cultivar la oración, la Eucaristía- como lugar privilegiado de la presencia de Cristo; de cultivar el rezo del Rosario, los grupos de Oración y todo aquello que nos va conduciendo a ser cada vez más fieles a nuestra vocación. Así como el Padre encomienda al Hijo una misión, así el Hijo nos la encomienda a nosotros:...”Como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes....” dice Jesús...”vayan por todas partes, anuncien el Evangelio...” pero esta misión supone que nosotros estemos interiormente convencidos, persuadidos de aquello que anunciamos.

Más tarde veo a la Santísima Virgen. Me dice: Me dirijo a todos mis hijos: El Sagrado Corazón de Mi Hijo, quiere ser consolado: mucho Amor hay en Él.
Sed conscientes del Gran Amor de Jesús, sed conscientes de que ha llegado la hora en que los agravios a Su Corazón, deben ser reparados.
Ha llegado la hora de que comprendáis que muy Grande es la Gracia, para que la dejéis escapar. Podéis retenerla, si sois generosos, si hay humildad, caridad y capacidad de amar en vuestros corazones. Si hay verdadero amor a Dios, hay verdadera entrega a Dios, Las Glorias sean a Él. Predícalo. 2-6-89 – Mensaje 1666

Hija mía, ora, para que el Nombre de Jesús, sea amado y respetado. ¡Son tantos los que no lo aman, los que lo ofenden! Sigo llamando a los corazones, aun a los ateos. Hay en Mi Corazón un intenso Amor. ¡Hay en Mi Corazón, una llama de Amor tan Ardiente, para mis hijos! A través de tí quiero llegar a ellos, a través de tí, quiero introducirme en sus corazones. Sea por siempre Glorificado el Nombre de Dios. Hazlo conocer a todos tus hermanos. 12-12-89 – Mensaje 1766http://www.virgen-de-san-nicolas.org/mnu_catequesis.asp




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