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CARACTERISTICAS DEL ACONTECIMIENTO MARIANO DE SAN NICOLAS:

 
 
EN EL MISTERIO DE LA ALIANZA
La Alianza de Dios con los hombres a través de Jesucristo el único Mediador es el don gratuito por el que el pueblo elegido llega a pertenecerle a Dios como su total propiedad. La Iglesia honrando a María como Madre del Hijo Mediador y de los hijos pecadores, se deja encerrar en su Corazón Maternal, constituido en Arca de la Nueva Alianza y por lo tanto en la Morada del Hijo y de los hijos y así honramos a María con el título de Madre de la Iglesia.

EL TIEMPO DE MARÍA
Vivimos en el tiempo de María, Profetiza de ésta hora de gracia y de triunfo para la Iglesia. María es la Estrella de la Nueva Evangelización. El triunfo de su Corazón anunciado en Fátima se va haciendo misteriosa y palpable realidad en ésta su hora. San Nicolás es el "nuevo Guadalupe americano" o la "nueva Fátima mundial". María es la misma pero hoy elige un nuevo lugar: San Nicolás y en este lugar elegido y santificado erige un Templo, coraza de su pueblo y signo de su Corazón, allí está presente como nueva arca de Alianza y convoca, purifica y santifica a todos sus hijos, llevándolos al encuentro con Jesús en la Palabra, en la vida sacramental, en la oración, en la consagración de sus vidas, y en una fraternidad humana que solo puede surgir de corazones purificados y por lo tanto dispuestos a generar la Civilización del Amor. Sobre estas premisas y con elementos misioneros propios, María se ha lanzado audazmente a una profunda acción evangelizadora a partir de la ciudad elegida hacia todo el país, hacia toda América y el mundo en su conjunto.

EL SANTUARIO
"María no hace competencia con María"; Ella desde su nuevo Santuario potencializa su propia misión, realizada en infinidad de lugares y formas en el curso de los siglos, hoy nos regala una presencia nueva en San Nicolás, llena de capacidad evangelizadora por la riqueza de los elementos misioneros que encierra y se dispone a servir sobre todo como Madre a la extensión del Reino de Jesús en una constante revitalización de la misión salvífica de la Iglesia de la cual es Madre. Se pone continuamente al servicio de la Alianza entre Dios y los hombres como Arca de la Alianza.

LA HORA DE LOS LAICOS
En esta hora de los laicos, María los llama especialmente a que encuentren su vocación de bautizados para que sean generosos en la búsqueda de la propia santidad y se entregan a la obra de la evangelización de sus hermanos, para formar en íntima colaboración con sus obispos y sacerdotes, "un sólo Rebaño bajo un sólo Pastor". Por mandato del Hijo, debe cuidar el Rebaño del Padre.

LOS MISIONEROS HIJOS DEL SAGRADO CORAZÓN DE MARÍA




Jesús está en San Nicolás "con su Arca" y ésta vez en tierra firme. Los cristianos misioneros puestos a servir a esta obra de María en San Nicolás, nos reconocemos Hijos del Sagrado Corazón de María, Arca de la Alianza y Madre de la Iglesia. Al decir que somos hijos del Corazón de María entendemos como responsabilidad fundamental encarnar en nuestros corazones el Amor Misericordioso del Hijo que se hace visible en el amor Maternal de María, espejo de la Misericordia de Cristo. Esta misión exige hacerse pequeños en el Corazón de María y profundamente serviciales de los hermanos, sabiendo que Dios tiene un Plan de Salvación y nosotros no somos dueños de ese Plan sino sus servidores. María nos invita a estar con Ella y como Ella sintiéndonos solidarios de toda la Iglesia al pie de la cruz de la Iglesia, como Juan, y a llevarla a nuestra casa como el discípulo amado para recibir sus enseñanzas maternales, que nos darán el verdadero perfil de su Hijo Jesús al que cada uno de nosotros debemos imitar con nuestras propias características.
EN EL SENO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
María nos va haciendo trinitarios, nos mostrará el Amor del Padre, nos unirá a la acción sagrada del Hijo, nos hará dóciles al Espíritu Santo; de este modo seremos templo y expresión de la Trinidad.

VIVIR EN EL CAMINO DE LA FE
Toda actividad cristiana en general, y el servicio misionero en particular, serán el fruto de una profunda vida de fe.
Servimos a una obra que no es nuestra sino de Dios, somos sostenidos, por lo tanto, únicamente por el poder del Señor. Creemos sin ver, pero estamos seguros de lo que creemos. La fuerza del Señor sostiene al profeta, que se deja conducir libremente por su Señor. La fe nos capacita, para ver las cosas, la tierra con los ojos de Dios, para asumir lo que no entendemos, para tener la fortaleza de enfrentar los riesgos que escapan a nuestra humana capacidad; nos da la certeza de que el Señor es nuestra garantía. El justo vive de la fe. María, con su "SI" a Dios, nacido de una fe muy profunda, que la llevó al total abandono en las manos del Padre, fue capaz de agradar a Dios. Ella dijo "SI" desde los más profundo de su corazón creyente, toda Su vida recorrió el largo itinerario de la fe. Continuamente se encontró en situaciones de oscuridad, de incertidumbre, de humana incapacidad, para obtener la respuesta adecuada, y sin embargo creyó, y porque creyó agradó a Dios. El Señor tiene Sus planes, que escapan a nuestra capacidad humana de comprenderlos, sin embargo el Señor tiene la respuesta que nosotros desconocemos. Creer, el aceptar que existe esa respuesta, es adherirnos con nuestro acto de fe, profundo y filial, a la respuesta que aunque no conocemos, sabemos que Dios la tiene. El Apóstol, se encuentra frecuentemente asediado, por las dudas, por las incertidumbres, por las pobrezas, que nacen de su condición humana, y de su fragilidad para la misión. Sin embargo, el Señor que lo envía, sabe de su pobreza, y lo envía porque El se hace su seguro sostén.

NUESTRA IDENTIFICACIÓN CON JESUCRISTO
María la Madre de Jesús, al hacernos Sus hijos, nos va llevando gradualmente a identificarnos con Su hijo Jesucristo; esta es la misión que Ella tiene: producir el encuentro de los hijos con el Hijo, producir una real identificación de vida y de sentimientos, con el Hijo único que El Señor le ha dado, para que sea nuestro modelo.
En primer lugar María, nos ayuda a profundizar, nuestros sentimientos, para que estén íntimamente ligados a los del Señor. Jesús es el Hijo de Dios, María, crea en nosotros bajo la acción del Espíritu Santo, nos dispone para que en nosotros, cada vez más, vayan creciendo los sentimientos de amor filial a Dios. Como Jesús es el Hijo de Dios, quiere que cada uno de nosotros también, profundice su condición de hijo de Dios. En Su Corazón de Madre, nos da la capacidad, para que el Espíritu Santo produzca, esta creciente experiencia de filiación Divina. Para ello es Madre, para hacernos descubrir la alegría de ser hijos.
En segundo lugar, María nos enseña a descubrir a Jesucristo, como Pastor del rebaño del Padre, engendrando en nosotros sentimientos similares a los de Jesús, que da Su vida por las ovejas, que conoce a cada una por su nombre, que esta lleno de entrañas de misericordia, en favor de todos los hijos pecadores, que se acercan al Trono de la Misericordia. María nos hace sus hijos, como a su hijo Jesús, nos hace sensibles al dolor, a las necesidades físicas, espirituales, morales, de cada uno de sus hijos. Nos quiere esencialmente al servicio de los que se acercan a Ella, para que le ayudemos a descubrir a Jesucristo.
Nuestro corazón de cristianos, es un corazón semejante al de Jesús, debe serlo, un corazón manso y humilde, un corazón eminentemente misericordioso, un corazón lleno de amor al Padre, que busca continuamente la Gloria de Dios; y un corazón lleno de amor a los hombres, que se entrega y se deja crucificar por ellos, para servirlos, para que descubran el único válido camino, que los haga felices en la tierra y en el cielo, que es el camino de la fidelidad a Dios.
Esta incorporación e identificación con Jesucristo, será el fruto de un largo camino de amistad con el Señor. María nos lleva a vivir la alegría de la amistad con Jesús. María como a Juan, después de la muerte del Señor, nos ofrece confidencias muy profundas, desde Su condición de Madre, para enseñarnos a conocer, amar y servir a Jesús, y a la Obra que nos encomienda; estar abiertos a esa amistad, ser capaces de comprometernos cada vez más con el único amigo, ser capaces de renunciar, a toda otra forma equivocada de adhesión del corazón, para que cada vez más el Señor, sea el amigo por el que estemos dispuestos a darlo todo; es lo que María quiere hacer con nosotros.
En esta amistad pasaremos por importantes tribulaciones, porque siempre han sido gratos a Dios, los que pasando por muchas tribulaciones, sin embargo le han permanecido fieles. La tribulación engendra la constancia, que nos hace gratos a los ojos de Dios. Y finalmente digamos, que no son nada, las tribulaciones del tiempo presente con la gloria futura, pero también agreguemos: no son nada esas tribulaciones, en comparación con la alegría de la fidelidad al Señor. La gracia y la fidelidad al Señor, son un excelente regalo, nunca se podrá comparar con las maravillas de esa gracia, el dolor de las tribulaciones, que son apenas un pequeño precio, que el Señor nos invita a pagar, por el gozo de serle fieles.
Toda nuestra vida, deberá ser un crecimiento en la ruptura, de las ataduras de la infidelidad, y una creciente búsqueda de los caminos de la fidelidad. Por ser fiel al Padre, Jesús, dio Su vida en los dolores de la cruz, y no perdió ni en un instante, la alegría de la fidelidad. Estamos hechos para la alegría, y la alegría, será fruto de la fidelidad del corazón, vivida por amor, bajo la acción del Espíritu Santo.

LA COMUNIÓN ECLESIAL




El bautizado, nace a la vida de la gracia, incorporándose a la Iglesia, la Iglesia se constituye en su Madre, como María. María es Madre del creyente, en la Iglesia que también es Madre. Es esencial, a la vida del Apóstol, sacerdote, o laico; este amor profundo a su Madre Iglesia. Es evidente que, en el seno de la Iglesia, estructurada humanamente, aunque conducida por el Espíritu Santo, encontraremos fallas humanas, porque los hombres somos pecadores y limitados.
Pero es justamente ese el desafío de nuestra fe, en la Iglesia como misterio, en la Iglesia como pueblo, como familia, como Cuerpo Místico de Cristo; que se nos invita a adherirnos a ella, a sentirnos parte esencial de ella, a entender que nuestra vida cristiana, no puede crecer fuera del ámbito de la Iglesia, y a sabernos responsables de amarla, de construirla, de ser parte activa de su misión profética en el mundo. Ella es el signo de la salvación de las naciones.
Jesús nos encomendó ser Iglesia, amar a la Iglesia, dar la vida por esa Iglesia, que nos duelan sus dolores, que nos hagan felices sus triunfos, que tengamos una enorme capacidad de apertura, para descubrir las inmensas riquezas, que en esa Iglesia el Espíritu Santo incesantemente vuelca, que seamos capaces de amalgamar los dones, los carismas, las gracias, a través del único camino válido, para estar realmente insertados en la Iglesia, que es el camino del amor.
Todos los carismas que el Espíritu Santo le da a la Iglesia, tienen que estar, ensamblándose continuamente desde cada uno de los creyentes, a través del carisma del amor, que es el camino perfecto. El cristiano misionero por lo tanto, hijo del Corazón Sagrado de María, la sabe a María Madre de la Iglesia, y la conoce a María, la experimenta a María, como Madre en la Iglesia.
La Santísima Virgen le va a encomendar a sus hijos, servir a la Iglesia de Jesús, sufrir en silencio, y aunque esa pertenencia a la Iglesia, le exija como dosis personal un voluntario sacrificio, debe amar a la Iglesia, si es necesario hasta dar la vida por ella, porque la Iglesia es Cristo, porque María es Iglesia, porque el pueblo creyente es la Iglesia, porque el mundo necesita de esa Iglesia, porque ella es la esposa visible de Cristo, que debe ser presentada ante Su Divino Esposo, sin mancha ni arrugas, y sin ningún defecto.
Entonces, los límites de la iglesia, lejos de hacernos escandalizar, o abroquelar en sectores que nos encierran, tienen que hacernos descubrir nuevos caminos y horizontes, que nos la hagan amar más, que nos hagan ser fermentos de esa unidad, que Jesús pidió para esta Iglesia, Su divina esposa.Esa es la Iglesia que María quiere que amemos, esa es la Iglesia en la cual estamos como sus misioneros, sus hijos,. Esa es la Iglesia misionera, a la que el Señor nos incorpora todos los días, como una gracia y con una responsabilidad.
En esa Iglesia, será particularmente exigente nuestra adhesión y nuestro amor al Papa, su cabeza visible, el Vicario de Cristo en la tierra. Nuestro amor se ha de proyectar a los obispos y sacerdotes, con los cuales, tendremos que comulgar en la caridad y en la obediencia, de ese modo seremos fieles a las enseñanzas del magisterio, a través de las cuales la luz del Espíritu Santo incesantemente, se hace visible en este momento histórico, como gran respuesta a los difíciles momentos y difíciles desafíos de esta hora.
Tener como meta de esta adhesión, a la Iglesia, al Papa, a la acción del Espíritu que actúa incesantemente en ella: la unidad del rebaño. "Padre que todos sean uno, como Tu y Yo somos uno". En esto conocerá el mundo, que la Iglesia realmente, tiene el sello de Cristo, lo manifiesta y desde Él, convierte a los hombres no creyentes.

NUESTRA CONSAGRACIÓN A MARÍA
La consagración a María es el camino elegido para nuestra espiritualidad eminentemente Trinitaria, Cristológica y Eclesial. Viviendo la consagración a María descubriremos en Ella a la Madre dócil al Espíritu Santo, su divino Esposo, que se ocupará de enseñarnos el misterio de Cristo para que como "hijos en el Hijo" tributemos al Padre todo el honor y la gloria y nos descubramos como "pequeños pero necesarios instrumentos" de María al total servicio de su obra de mediación maternal.
La doctrina de la consagración profundizada, meditada en el corazón, rezada y vivida en continuo crecimiento, nos enseñará que sólo por el camino de María llegaremos a Jesús, como el Señor quiere ser encontrado por nosotros. El Padre nos dio a Jesús por María, glorificaremos al Padre de una manera profunda, si nos disponemos a llegar a su Hijo por el camino de María, Madre y Mediadora de toda gracia.
Corresponde a la esencia del espíritu de nuestro carisma mariano, que en la alegría de la consagración a María, vivamos la totalidad de las respuestas que le debemos a Dios y a nuestros hermanos; en todo momento hemos de responder como consagrados por el camino de María, hasta descubrir que es Ella quien está actuando, sugiriendo, orando y respondiendo por nosotros en la medida en que hayamos puesto en su corazón Maternal cada vez con más facilidad, espontaneidad y en la forma más habitual posible todo lo que nos preocupa, aflige, desanima o entristece.

CONFIANZA ILIMITADA
 
En el Corazón de María está nuestro seguro refugio; seremos atacados denodadamente por el Adversario pero no tocados; creamos en su amor de Madre, confiemos en Ella ilimitadamente porque la confianza es una expresión de amor; no le neguemos nada aunque sea costoso; en el camino del gradual renunciamiento de nosotros mismos entreguémosle todos los días un poco más. No nos desanimemos toda vez que no le respondemos como quisiéramos, empecemos de nuevo cada día, lloremos humildemente con Ella nuestras caídas, tengamos simplemente con Ella un corazón de niños.
El niño vive de su madre, la busca siempre, simplemente la quiere a su lado, nunca desconfía de Ella, no tiene vergüenza de su pobreza, llora cuando no la tiene, descansa cuando está en su regazo, le cuenta todo, cuenta con Ella para todo, siempre se mantiene niño aunque ya sea adulto como Jesús; será siempre su confidente, jamás se sentirá defraudado por María, no teme expresarle sus límites, sus temores, sus incapacidades; frente a la fuerza de la Madre no teme sentirse tan débil porque hay quién responda por él.
La Consagración a María nos impulsará cada día a vivir con sincera entrega las exigencias de nuestra misión; será un vínculo que una inquebrantablemente nuestro corazón con el de María.La consagración nos hará tan confiados en María que nada nos llegará a resultar imposible, nuestra vida entregada a María la conduce Ella y todo estará dispuesto por su providencia maternal.

EN EL ÁMBITO DE LA ESPERANZA



El triunfo pascual de Jesús es ya nuestro triunfo anticipado. María al pie de la cruz nos heredó como hijos con grandes expresiones de dolor y de amor. Jesús resucitado mostró anticipadamente en la gloria de la resurrección, el gozo de la eternidad destinada a María, la nueva Eva y a sus hijos heredados al pie de la Cruz. Por lo tanto vivir la Consagración a María como hijos entregados totalmente a Ella, y comprometidos del todo con el servicio a los hermanos, es estar gozando con María del tiempo de Cristo Resucitado; como partícipes anticipados de su Gloria, en el camino oscuro de la fe pero radiante de esperanza, que nos permitirá asumir las grandes y dificultosas exigencias de la fidelidad al Señor y a su Plan de salvación. El consagrado se identifica con las palabras del Apóstol: "no son nada los sufrimientos del tiempo presente en comparación con la gloria que nos espera".
Pbro. CARLOS A. PÉREZ; Rector del Santuario


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