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Catequesis Mariana desde San Nicolás por el Pbro. Carlos A. Pérez


Catequesis Mariana desde San Nicolás por el Pbro. Carlos A. Pérez
Durante 10 años, todos los días 25 de cada mes en San Nicolás, se convoco a un grupo voluntario de Misioneros de diversos lugares del país, felizmente, por iniciativa de los propios laicos presentes en las reuniones, fueron grabadas las charlas que se dieron. Hoy contamos con esta catequesis que nos disponemos a ofrecer aquí a modo de entregas semanales para todos, peregrinos en general y misioneros en particular.
La Eucaristía I
Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.
Pero este es el Pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el Pan vivo bajado del Cielo. El que coma de éste pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo. (Juan 6, 48-51)
1- “Yo soy el Pan de Vida”, dice Jesús, “quien coma de este pan vivirá eternamente, porque mi Cuerpo es una verdadera comida y mi Sangre es una verdadera bebida”. “Yo soy el Pan de Vida” Es una presencia real la que el Señor ofrece. La instituye para la Iglesia; El visiblemente no estará más ante los ojos de los hombres, pero sí ante los ojos de la fe. Como decíamos a través de las múltiples formas de presencia, pero sobre todo y por excelencia a través de la presencia Eucarística. El Señor nos dice: “no los dejaré huérfanos”. Y agrega: “quien me ama será honrado por mi Padre”, “quien me ama cumplirá mis palabras, mi Padre lo amará, vendremos y habitaremos en Él”. La orfandad ya no tiene lugar porque a través de la fe y la fidelidad a esa Palabra, seremos morada de Dios entre los hombres. Dios vivirá en nosotros. Y en ese vivir Dios en nosotros la Eucaristía se constituirá en el constante alimento de esa vida Divina. Cada vez creceremos más en la vida que nos dio la Gracia Bautismal, por la participación eucarística frecuente.
2- En primer lugar esta participación en la Eucaristía nos une al Padre. “Así como el Padre que tiene vida hace que yo viva por Él, así ustedes vivirán por mí”, dice Jesús. El Señor viene a comunicarnos en primer lugar, el misterio del Padre, los secretos del Padre. Al hacernos uno con Él en la Eucaristía hace que nuestro corazón descubra el infinito amor que le tiene al Padre. Es un amor filial y es el que nos transmitió a nosotros; cuando fuimos bautizados Él nos hizo hijos de Dios, es decir, nos transmitió la Gracia y el amor filial que Él tiene al Padre desde toda la eternidad. Como dice el Apóstol Pablo, somos hijos en el Hijo. Por la Eucaristía, vamos creciendo cada vez más en esa actitud filial, animados por el Espíritu Santo. Somos hijos que amamos íntimamente al Padre y en Él amamos a todas las demás creaturas.
La única opción del corazón del Hijo es el Padre. Jesús lo dice claramente: “No vine a hacer mi voluntad sino la del Padre” y la tentación de hacer su voluntad la tuvo como la tenemos nosotros, pero Él supo que es una tentación o un simple deseo del corazón en momentos de mucha dificultad, por ejemplo en la agonía, cuando dice: “Si es posible aparta de mí, este cáliz pero no se haga mi voluntad, si no la tuya”.
Jesús, después de la resurrección, vuelve a ser visto por los hombres, pero de una manera distinta. Aparece y no lo reconocen, aparece atravesando paredes y puertas, “es un fantasma”, dicen por Apóstoles. Esto nos invita a ver que el Señor, oculto a los ojos humanos nos deja en la Eucaristía la otra forma de presencia y nos pide que desde la Eucaristía nosotros lo hagamos presente. Aquí está el gran misterio que el Señor nos envía a vivir en su nombre. En la Última Cena dijo: “les doy un mandamiento nuevo, ámense unos a otros como yo los he amado. No solamente como ustedes imaginan, si no ámense como yo los he amado”. Es decir, hasta dar la vida por los demás. “Siendo yo el Maestro y el Señor, estoy entre ustedes como el que sirve; así ha de ser entre ustedes”. El adopta la actitud de esclavo, que todos conocemos; de servidor que se hace uno de nosotros para servirnos. Y es así como Él quiere que nosotros adoptemos una actitud de tal modo similar a la suya, que el mundo nos reconozca por el amor. El mundo, “en esto conocerá que son mis discípulos en que se amen unos a otros como yo los he amado”. Este será el gran fruto de la Eucaristía; hacer que seamos UNO.
3- La Eucaristía que no sirve para crecer en comunión no cumple su pleno objetivo. La Eucaristía es para la comunión, la Eucaristía hace a la Iglesia, nos dice San Agustín y lo repite el Papa, así como la Iglesia hace a la Eucaristía. “Harán mayores obras de las que yo hago, dice Jesús. El vuelve a ser visto por los suyos no sólo ya en las apariciones sino por la comunión de vida y el amor de los creyentes. Esto es lo que hace visible al Señor entre los hombres. Cuanto más fuerte sea este amor fraterno entre nosotros aun con los límites humanos, tanto más fuertemente la Palabra de Dios puede ser proclamada porque tiene el aval de nuestra vida, personal y comunitaria. Esto es fundamental para la evangelización. “En esto conocerán que son mis discípulos si se aman. Por eso la Eucaristía viene a capacitarnos para destruir toda forma de egoísmo, y para hacernos capaces de vivir este mandato nuevo que Jesús nos deja en la Última Cena. Es así como el Señor quiere ser visto después de la resurrección”. Jesús como Cabeza visible; ya no lo verán; será visto en su Cuerpo Místico que se va gestando todos los días desde la Eucaristía.
Nuestra comunión con el Señor en cada Eucaristía nos asimila a Él, vamos cada vez más asemejándonos a Él, configurándonos con Él; cada vez más nos vamos pareciendo a Él como el niño se parece a la mamá o al papá; es fruto de ellos. También nosotros somos fruto de la Eucaristía. Somos lo que comemos; de acuerdo a lo que comemos nuestro organismo adquiere determinadas características; en el orden espiritual de un modo mucho mayor, si comemos a Jesucristo, tenemos que ser Cristo. Y Cuánto más nos parecemos a Él cada uno de nosotros en particular, tanto más nos encontraremos recíprocamente unidos, edificando el templo santo de Dios, la unidad de su rebaño. No solamente vamos a preocuparnos en buscar la unidad sino que vamos a descubrir que estamos viviendo esa unidad. También veremos que cada vez nos parecemos más unos a los otros, a partir de nuestro parecido con Cristo, porque todos iremos viviendo los mismos sentimientos de Cristo.
Esto es muy grande y es un Don del Espíritu Santo a través de la Eucaristía. Cuanto más unidos, más vamos descubriendo que nos parecemos,. Los rasgos de la fe son mucho más fuertes y poderosos que los rasgos físicos en una familia. Entonces, por supuesto haremos el esfuerzo de querernos más pero descubriremos que ya el Señor, es quien ha puesto los lazos comunes de unidad y de misión entre nosotros y nos capacita para vivir esas metas a través del Amor que fue derramando en nosotros por el Espíritu Santo.
4- Por eso una comunidad que vive así fraternalmente si bien tiene raíces familiares distintas con mucha frecuencia logra niveles de unidad mayores, a los de la unidad familiar humana. La comunidad de los creyentes encontrará también dificultades propias, pero lo importante es que tenemos el don de la fe y la vitalidad del Espíritu Santo que a través de la Eucaristía nos capacita para una misteriosa forma de unidad que Jesús hace posible.
Formemos de ese modo el cuerpo de Cristo que unido a su Cabeza constituye el Cristo total, milagro que el Espíritu Santo produce en nosotros bajo el impulso de la Eucaristía. Tenemos la responsabilidad de mostrar al Señor, que nos da la vida. El efecto propio de este Sacramento, dice el Papa Juan Pablo II es la unidad del Cuerpo Místico.
Mostrar a Jesús en todo su Cuerpo. Sin entenderlo, Jesús nos alimenta cuando alguien comulga; no alimenta solamente a un miembro del cuerpo, al dedo, a la mano, al pie, sino que desde ese miembro alimenta a todo el Cuerpo. Dice Jesús: “quien coma de este pan vivirá por mí, y el Pan que yo daré es mi Carne para la vida del mundo”. Podemos también imaginar a Jesús diciendo: Mi Cuerpo Místico es Pan para la Vida del mundo. A partir del Cuerpo Eucarístico es también el Cuerpo Místico el que alimenta al mundo. Con el Cuerpo Místico, con la Iglesia, y todas sus riquezas espirituales Cristo está alimentando al mundo. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran hermosamente en el capítulo 2 este ideal de vida y esta realización de vida; congregados en la oración y en la fracción del pan, tenían un solo corazón y una sola alma; por eso vivían alegremente, porque la alegría es el fruto del amor; la alegría no es una virtud, sino el fruto de la virtud de la caridad.
Integraban nuevos miembros a la comunidad porque eran capaces de evangelizar por el modo de vivir.
Una comunidad de creyentes que vive así atrae nuevos miembros.
Comulgar es comer a Jesucristo y asumir con profundo amor el misterio de cada uno de los hermanos. Por eso la Comunión Eucarística es exigente; implica comer a Jesucristo y asumir al hermano como es y con esa preferencia de Jesús por los más humildes, necesitados, carenciados, pobres; es heroico vivir las exigencias de la Comunión. Por eso la Iglesia es esencialmente evangelizadora y misionera porque no puede quedarse en sí misma, necesariamente busca irradiarse en otros, desde su condición de Cuerpo de Cristo; proyecta su vida en otros, está para engendrar vida, no para guardarla.
5- Comulgar es vivir en permanente actitud de reconciliación con Dios, consigo mismo, con los demás, perdonándonos a nosotros mismos y a los demás. Es morir todos los días a los apetitos que tienden a apagar la sed de Dios y de los dones de Dios. Cuánto más me ato a lo material como fin, tanto menos busco los dones del Espíritu, tanto menos busco a Dios y sus dones. Por eso la importancia de lo que la Iglesia llama al ayuno en el sentido amplio de la palabra. Ayunar de nosotros mismos, del egoísmo, del pecado.
Comulgar es despojarnos del egoísmo que nos convierte en objeto de culto a nosotros mismos, para honrar sólo a Dios y servir a los hermanos; culto a Dios y servicio al hermano. Comulgar es humillarnos con sinceridad de corazón como Cristo que se humilló hasta la muerte y muerte de cruz. Entrar en un continuo proceso de conversión y por lo tanto de reencuentro con el Señor. Ese proceso durará toda la vida.
De este modo comulgando descubriremos la riqueza de la reciprocidad en Jesucristo. Doy y recibo de mi hermano, la alegría de la amistad, la alegría de darnos como el Señor, sin esperar respuesta. Cuántas veces reclamamos la respuesta del prójimo como reclamo humanamente legítimo, pero el Señor quiere que demos sin esperar.
Pidamos a María, Madre de la Eucaristía que nos haga descubrir la riqueza de este sublime misterio del Amor Divino y con verdadero fervor vayamos creciendo en la capacidad de vivir los frutos que en cada Eucaristía, el Señor guarda para nosotros.
Demos mucha importancia a la Misa Dominical y diaria si es posible; en cada Misa, Jesús ofrece al Padre su Vida por nosotros y nos alimenta con su Cuerpo Sacramental.
Vivamos gozosamente la grandeza de este Misterio.

Hija, debe ser el Señor, Único Centro de Adoración, de sus fieles. Es ésta, una invitación para adorar a Jesús Eucarístico; ya sea con la oración o en solemne silencio. El Señor, está allí presente y llega a los corazones anhelantes de Su Amor. Renovad diariamente, tanto externa como interiormente, este acto de ofrecimiento, como reparación por las almas infieles, por los que, por ignorancia viven apartados de Dios. Adorad a Jesús y Su Gracia os envolverá. Alabado sea Su Santo Nombre. Predícalo.
14-10-88 – Mensaje 1535

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